La Mentirosa
- Etty Kaufmann Kappari
- 23 ago 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 sept 2021
Por Etty Kaufmann Kappari
No entiendo por qué mami se juntó con ese hombre. Yo tenía como seis cuando él
se pasó a vivir a la casa. No entiendo qué le vio: el tipo es mucho mayor que ella,
tiene una panzota, la nariz hinchada de puro alcohólico que es. Pasa tomando,
comiendo, roncando, ni plata trae a la casa, es un estorbo. No entiendo qué le vio mami a ese tipo.
Cuando era pequeña y mi mamá salía a trabajar yo sentía que me moría. Como si
un aire se me metiera por la garganta y desde el estómago estirase sus garras
para jalarme las costillas. Un dolor desesperante. Como cuando a una la persigue
un perro y una corre y corre y da vuelta a la esquina y lo que se topa es un
callejón sin salida. Así me daba cuando mami se iba.
Yo no quería quedarme en casa con él. Quería poder ser grande para huir.
Yo trataba de decirle a mami, pero ella no me creía.
Como no tenía escapatoria, empecé a inventarme un personaje, o sea, yo me
convertía en otra, entonces no era yo, sino que era mi personaje la que se
quedaba en la casa, no yo.
Poco a poco me empezó a dar buenos resultados. Cuando mami cerraba la
puerta, yo me convertía en otra al instante. Desaparecía, como que me
desmayaba. Mi yo regresaba cuando mami volvía.
Sin querer, se lo juro, mi otro personaje se fue quedando y yo iba desapareciendo.
Incluso en el cole, la orientadora me preguntaba que qué me pasaba, que me veía
un poco rara.
¿Ve? Le digo que se notaba.
La orientadora le recomendó a mami que me viera una psicóloga y mami me pagó
una y todo. En eso mami sí respondía bien. Incluso me pagaba cole privado. Sí, yo
vengo de cole privado. Pero diay, hasta en esos pasa lo que pasa.
La cosa es que antes de que mi “yo” verdadero desapareciera para siempre,
conocí a Lorna. Mi salvación, le juro. Con ella agarré calle. Aunque la calle tenía
sus riesgos, era menos peligrosa que la casa. Algunas veces incluso, dormíamos
acurrucadas en el salón comunal del barrio de ella o donde alguna amistad, de ella
porque yo no tenía. Lorna se convirtió en todo para mí.
Y, también es que yo ya tenía esa facilidad para crear yoes alternativos, eso decía
mi psicóloga. Entonces creé uno que fuera una mezcla de mí y de Lorna. Luego,
más de Lorna que de mí.
Sinceramente, a mí me parecía que la vida de ella era mejor que la mía y quería la vida de ella. Eso sí se lo aseguro, la mía yo no la quería.
Además, como que mi verdadero yo es un poco inservible, cómo le explico, tengo
este problema de que, aunque digo la verdad, nadie me cree. Desde chiquita yo
le decía a mami y ella me decía, “mentirosa”.
Entonces es como tener un yo defectuoso. Como que no sé cómo hacer para que
me crean. Y bueno, me hice más callada, ¿para qué iba a hablar si nadie me creía?
¿Usted qué hubiera hecho? Dígame, dígame, me interesa saber, ¿qué
hubiera hecho?
Claro, porque es difícil. Se lo digo yo, que no es nada fácil.
Entonces ya casi no regresé más a la casa, ni al cole. Lorna y yo íbamos juntas a
todo lado. Éramos gemelas de vida. Jugábamos a que ella era yo y yo ella.
Hicimos una mezcolanza de vidas hasta que las dos historias se hicieron una sola.
Viera qué alivio sentía yo con mi nuevo yo.
Es más, ahora que le cuento, ni siquiera le puedo decir si todo lo que le digo es mi
vida o la de Lorna.
¿Usted quiere saber por qué estoy en prisión?
El gusanito de lo que sufrí mezclado con lo que sufrió Lorna se metió en mi flujo
sanguíneo. A veces no lo sentía, sobre todo cuando estaba con Lorna. Pero,
pongámosle que nosotras estábamos vacilando y felices y de pronto algún mae
nos decía algo en la calle. Entonces el gusanito empezaba a hacer loco dentro de
mí.
Gusanito que se convirtió en que le metí cuarenta puñaladas.
No, no, usted no está entendiendo, no, al marido de mami no.
No. Pero sí. El problema era la mezcolanza de vidas y de historias y diay, salió pagando
aquel que miró igual, habló igual, tocó igual.





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